lunes, 16 de mayo de 2011

maderismo

Cuando pensamos en Revolución Mexicana son recurrentes las imágenes de los actores principales que la historia oficial – a través de la escuela – , los medios de comunicación y el sentimiento mexicano nos han enseñado: Francisco Madero, Emiliano Zapata, Francisco Villa y, si a caso, Venustiano Carranza; pensando en los héroes, naturalmente. Hasta ahora se ha introducido al lector en el ambiente político, económico y social del México de principios de siglo XX y aún un poco atrás. Toca el turno de hablar de la primera figura “heroica” (reconocida) de esta historia.
Francisco Madero fue originario del estado de Coahuila, su apellido estaba relacionado con los de otras doce familias mexicanas que formaban el grupo de los más ricos del país. Los Madero eran poseedores de grandes extensiones de tierra donde plantaban algodón y guayule, además de las minas, destilerías, molinos de harina y fábricas textiles. Bajo la bandera liberal don Evaristo Madero (abuelo de Francisco) gobernó el estado en la década de 1880, relacionándose con la élite porfirista.
Nuestro protagonista nació en Parras en 1873, el primogénito de una familia de quince hijos. Recibió una primera educación de corte religioso en Saltillo y en Baltimore, después pasó cinco años en Europa, principalmente en Paris y concluyó sus estudios sobre agricultura en Berkeley. Desde que regresó a México a la edad de veinte años, hasta que se casó a los veintiocho se dedicó a impulsar el comercio, la técnica, la tecnología y la organización de los plantíos y demás negocios familiares, al punto de hacer una fortuna personal.
Era un gran visionario a nivel empresarial, pero a nivel personal era un hombre complejo y con actitudes sumamente excéntricas, aunados a un aspecto físico no muy imponente, pues medía menos de 1.60 metros y su voz era más bien aguda. Además tenía una afición por lo esotérico, lo que le hacía pasar por demente. Con sus trabajadores tenía fama de buen patrón, incluso humanitario, pero cuando Madero tenía treinta años, sintió que era más bien indiferente y comenzó su carrera política.
Durante los primero seis años de este cambio hacia la política, Madero se dedicó solo a su estado. Formó un club político llamado Benito Juárez, instalado en la provincia de San Pedro. Adoptó en su política el liberalismo clásico, que consistía en el rescate de la Constitución de 1857, defendió al pueblo del trato a los trabajadores, señaló la falta de escuelas, de pozos y otros servicios; además de defender el voto en las elecciones estatales. Sin embargo muy poco fue lo que logró conseguir.
Madero y sus aliados del Club Benito Juárez se lanzaron a las elecciones gubernamentales de Coahuila en oposición al gobernador Miguel Cárdenas en el año de 1905. Con el apoyo de la publicación semanal “El Demócrata”. Sin embargo el gobernador fue reelecto y el editor del impreso arrestado. Madero logró escapar de la orden de aprensión girada en su contra.
El coahuilense comenzó a tener contacto con otros clubes de oposición independientes de todo el país, que se perfilaban con posibles contrincantes a Díaz en las elecciones de 1910, incluso apoyó a los exiliados del Partido Liberal Mexicano que se encontraban activos en los Estados Unidos, aunque Madero no apoyaba las ideas de una revolución armada. También contactó con algunos editores de impresos de oposición y, embelesado con las declaraciones del presidente al extranjero Creelman, publicó un libro llamado “La Sucesión Presidencial de 1910” escrito por el mismo. En este libro Madero condenaba el militarismo, la opresión, la falta de preocupación por el trabajador, entre otras demandas de corte político-social; reconoce el avance que Díaz proporcionó al país en materia de paz y de auge económico; y el retorno al liberalismo del siglo XIX. Es en este libro donde propone por primera el antirreeleccionismo a todos los niveles políticos.

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