lunes, 16 de mayo de 2011

identidad cultural

Eran horas aciagas para México. En esa lóbrega noche del primero de febrero de 1848, se firmaba, ignominiosamente, el Tratado de Guadalupe Hidalgo. Tratado, en esas condiciones, era un eufemismo para un texto artero que despojaba a México de más de la mitad de su territorio. Uno de los comisionados de paz del gobierno mexicano, José Bernardo Couto, habría de decir a Nicholas Trist, el diplomático plenipotenciario estadounidense "este debe ser un momento de orgullo para usted, pero desde luego es menos orgulloso que humillante para nosotros". Se trataría, durante mucho tiempo, de borrar del registro histórico las palabras de Couto. Porque desde entonces, como ahora, la historia de México se ha construido como una aparente retahíla de éxitos, de estrategias bien planeadas. Y así, aunque sea difícil de creer, durante mucho tiempo se presentó el Tratado de Guadalupe Hidalgo. Como un éxito, una ganancia. "México asumió, con la frente en alto, sus compromisos", dirían los antimexicanos entonces enquistados en el gobierno de México. Y mientras este tipo de ridículos esfuerzos se encaminaban y encaminan a intentar, siempre infructuosamente, modificar la interpretación histórica, a más de 500 años de su fundación como país, la identidad nacional de México no termina de fraguar.
La Guerra de Independencia, que marcó el nacimiento de México como país, fue un movimiento a destiempo y cuyos motivos originales no podían ser más diversos a un movimiento de independencia nacional. El supuesto grito de independencia dado por el cura Miguel Hidalgo en el pueblo de Dolores era una manifestación de apoyo a Fernando VIII, que en ese entonces disputaba su trono al hermano de Napoleón Bonaparte. Es decir que la usurpación del trono de España por José Bonaparte, mejor conocido como Pepe Botella, fue el motivo real de ese levantamiento que 11 años más tarde habría de consolidarse, por distintos motivos, como una independencia. España se deshacía de su más importante colonia, después de una explotación salvaje de sus recursos. Consolidada o no, la independencia no creó un proyecto de nación, sino un aborto de país con un enorme territorio sin cohesión política y ni siquiera unión nacional. México quedó libre del yugo pero también de la protección de la corona española. Y así, se expuso a una volatilidad política interna, que fue aprovechada para desmembrar a la joven nación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario